Tierra del Viento

Pronto se cumplirá un mes desde mi arribo a la isla sureña. Es verano y, sin embargo, las condiciones climáticas justifican el arraigado deseo de los residentes de salir en busca de temperaturas más altas y, sobre todo, escapar del constante viento que derribaría, sin lugar a duda, las tres casas de los chanchitos.

En el Club Náutico hay un mástil con una bandera nacional que lleva menos de dos meses izada. La misma ha perdido mitad de la franja blanca, arrebatada por el fuerte y constante viento; asimilando una de aquellas banderas que flamean en un campo de batalla tras un combate en las películas bélicas norteamericanas.

Antes de llegar a la isla me preguntaba el porqué del nombre Tierra del Fuego, ahora me pregunto el porqué del no-nombre Tierra del Viento.
Más allá de las explicaciones racionales e históricas, las respuestas a dichas preguntas no son las que hacen de este lugar un sitio mágico que cuenta con una gran fuerza de atracción, desde las expediciones de Robert Fitz Roy y Charles Darwin, hasta la actual llegada de centenares de oriundos norteños.

Por el camping, han pasado varios aventureros -ciclistas en su mayoría- camino al norte por la Ruta 3, que no pueden contra el viento de frente, y son traídos de vuelta, obligados a extender su estadía en la provincia. En contraste, quienes buscan llegar al extremo sur encuentran en el viento un aliado, un amigo que les brinda apoyo incondicional. "Cómo mata el viento norte..." decía la canción; aquí, eso depende para que lado se dirija uno.

Tierra del Fuego, Tierra del Viento, ¿Qué posees que te hace tan única?