25 de abril de 2010

La Quiaca, Jujuy


Al extremo norte de la Provincia de Jujuy, en el departamento de Yavi, se encuentra la ciudad de La Quiaca. Una ciudad con historia propia, situada frente a la localidad boliviana de Villazón, haciendo de este un punto de constante movimiento de gente; no sólo los ciudadanos de ambos paises limítrofes, también miles de turistas que atraviesan la Puna jujeña camino a Bolivia, o viceversa.



La población refleja rásgos de aquellos pobladores autóctonos del Altiplano, muchos conservan sus vestimentas tradicionales coyas, en especial las mujeres, y las costumbres atemporales. Por la calle vi varias casa de comidas ofreciendo empanadas, picante de pollo y humitas, acompañadas con vino o cerveza Norte. También hay comidas menos tradicionales como milanesa con papas fritas, pizza, hamburguesas, bife con puré y ensaladas de tomate, cebolla y lechuga. La mayor parte de la población son jóvenes y niños (60% jóvenes, 25%niños y el resto adultos) haciendo de esta una ciudad juvenil, con todo lo que eso implica. Los niños que vi jugando en las calles o en la puerta de sus casas, se divierten con juegos dinámicos, desde patear una pelota contra una pared o, simplemente, hacer planear una avioneta de papel; siempre entre risas y amistosos empujones. Juegan en grupo, con sus hermanos, vecinos y amigos, dejando de lado el individualismo que alimentan los juegos de video, la computadora y demás medios masivos de comunicación, y demostrando que se pueden divertir utilizando su imaginación y creatividad.



Mientras más lejos del centro camino, más parecidas a un laberinto de subidas y bajadas son las calles, con sus irregulares caminos que se bifurcan ofreciendo varias opciones para continuar mi marcha por ellas. Muchas casas son bajas, con paredes de barro, curtidas por el sol, el viento y el inevitable paso del tiempo. En muchos casos las ventanas están cubiertas con los mismos ladrillos de barro, para mantener aislado del sol los interiores de la casa.



Es, posiblemente, el sol el encargado de alejar a la gente de la calle durante el mediodía. Es muy fuerte y no ofrece tregua a quienes no encuentran algún árbol dispuesto a ceder su brazo de sombra. Por momentos camino durante cuadras sin ver a nadie, acompañado por el silbido del viento, dando lugar a la fantasía de estar en un pueblo fantasma de alguna novela de viajes extraordinarios de Julio Verne.



La ciudad cuenta con una plaza central -Plaza 11 de Septiembre- que se encuentra entre la Iglesia del Perpetuo Socorro y la vieja estación del ferrocarril, siendo esta última la referencia que divide a la ciudad en dos sectores urbanos el Este y el Oeste. Varias de las paredes de la vieja estación están cubiertas con murales que representan hitos de la cultura tradicional de la región, haciendo incapié en la importancia de la naturaleza y el amor por la Pachamama.



He pasado los últimos días recorriendo estas calles novelescas, preparándome mentalmente para dar inicio oficial a la caminata, y acostumbrando mi cuerpo a las condiciones climáticas de la puna, tan distintas a las que me había acostumbrado hace unos meses en Tierra del Fuego.



No es un viaje al centro de la tierra, ni la vuelta al mundo en 80 días... Es un viaje, una vuelta, un mundo, la tierra, el sol, la vida.

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